sábado, marzo 25, 2006

Viaje al centro de Lima (2)


El microbús me dejó frente al Congreso, éste recinto está vigilado por policias que dan cierta sensación de seguridad, pero ésta dura poco, a medida que voy avanzando hacia la Calle Capón veo un Mercado Central añejo y todavía dinámico, familias enteras caminan con temor agarrando fuerte las bolsas con las compras recién hechas. Los vendedores están caminando por todos lados ofreciendo calzoncillos, ropa para niños, veneno para ratas, juguetes, pelotas, ufff! hay de todo y sobre todo barato.

Me sorprende que aún continúe en el ambiente ese terrible olor, no sé si del frigorífico o de basura dejada por los vendedores de pollo y pescado en el sótano del mercado. Pasan carretitas ofreciendo chicha y gaseosas heladas, "..a sol, a sol..." dicen con una voz de locutor antiguo. Veo a un viejito arrodillado gritando a viva voz aleluyas hacia Dios "...que el fin del mundo está cerca, que yo rezo por ustedes..." le caen algunas monedas en una vasijita de plástico. Aquí la gente se gana la vida como puede.

Veo grupitos de 3 ó 4 adolescentes que caminan con mirada rapaz, me escanean, siguen de largo. Yo automáticamente guardo mi billetera tras la correa (bajo el pantalón), oculto mi celular, ahora está seguro. Palpo mis lentes. Todo en orden, continúo. Aparecen ante mi las tiendas de insumos de comida china (patos y pollos ahumados cuelgan en sus vitrinas) Aparecen los chifas, destaca el "San Joy Lao". No hay policías, tampoco serenos. Hay "guachimanes" pero a diferencia de los clásicos hombrecitos con vara en mano y uniforme marrón, hay ante mis ojos tipos con cicatrices y andar avezado, parecen los dueños de la calle, tienen su vara también, pero no de goma es un pedazo de palo de escoba. No sé si siento alegría por la seguridad o tengo más miedo.

El comercio es bárbaro aquí, no hay lujo, hay de todo y a precio de mayorista, es decir más barato. Las pistas está sucias, las veredas también. A pesar del barullo miro los segundos pisos y descubro hermosas cornisas de yeso, paredes desconchadas de quincha, pañales, y calzones colgados al sol, entre palos, cuerdas y fierros. Todo descuidado, lleno de un polvillo negro.

A ratos veo hombres malencarados, que disimulados miran a sus presas. Ágiles mueven el torso, sus ojos buscan el tesoro escondido en cada señora gorda o en algún descuidado. Me alejo, voy por otro lado. Se aglomera la gente, me alejo temeroso otra vez (sé que allí se aprovechan los choros) camino buscando la galería donde por fin compraré el regalo de mi hijo Nicolás. Llegué.

Es una galería nueva, no moderna. Sólo nueva. Otra vez la gente que se aglomera. Huyo y observo con mi "mirada panorámica" para no hacer notar mucho mi interés por la mercadería. Por fin encuentro algo lindo, pregunto el precio, regateo y compro. estoy contento, pero hay un problema: tengo un paquete grande, soy obvio. Dejé de ser anónimo.

Emprendo el camino de regreso. No sé que hacer con mi paquetón. Le hice poner una bolsa negra para disimular pero es imposible. Hay miradas furtivas, los vagos de las esquinas ven con interés mi paquete. Acelero el paso, voy en zig zag, rápido para llegar otra vez a Abancay. Esquivo a ambulantes en sentido contrario, también a viejitos, me tropiezo con señoras entretenidas frente a los escaparates. Voy por la pista, la pista también está llena. Un ambulante arroja agua sucia, casi me cae. Me choco contra el techito de un puesto ambulante, carajo...qué descuidados son! y me sobo la frente, sigo, y sigo.

Llego por fin a la Av. Abancay. No es un alivio, es sólo el lugar en donde tomare mi "combi" de regreso. Encuentro que toda la avenida esta repleta de omnibuses en colas interminables, avanzan con una lentitud exasperante. La gente tiene una mirada extraña, no miran a los demás -al menos no parecen hacerlo- sólo miran hacia sí mismos.

Descubro que nadie quiere mirar por que tampoco desean ser mirados. Oscilan entre la indiferencia y la hostilidad. Yo busco mi combi, esporádicamente llega una pero que va por otra ruta. La lentitud de los microbuses y el miedo a ser robado me obliga a moverme. No puedo estar en un solo lugar, camino lentamente buscando sentirme seguro, pero parece que esa palabra no existe. Veo a delincuentes que suben a un micro, avanzan unos metros y bajan. Me encuentro cara a cara con ellos. Me asusto, no miro, paso de frente trato de ser ..un invisible mas.

Ya he caminado cerca de 4 cuadras buscando mi combi salvadora y no llega. Un niño me pide unas monedas, no se las doy…es demasiado peligroso. Ya estoy casi en el Parque Universitario, cuna de trejos ambulantes y choros ebrios. Ya no puedo más. Subo desesperado a un taxi.

Estoy ileso, no me robaron, pero que miedo se siente ¿no?.

Continuará...

Hans Gutiérrez