Lima está horrorizada: Giuliana Llamoja asesinó a su madre de 63 puñaladas. Ella está en el ojo de la tormenta, es objeto de maldiciones y apresuradas opiniones de doctos y de atrevidos comunicadores.
Veamos el caso: Giuliana es una linda y talentosa joven de 18 años. Hija de un juez, destacada estudiante de derecho de la Universidad Femenina del Sagrado Corazón y con evidentes dotes para el arte.
Éstas habilidades la llevaron a ganar premios de poesía e incluso ser finalista en un concurso de baile televisivo. Una joven quizás con más ventajas y oportunidades que otras.
Qué ocurría detrás de esta aparente fachada de éxito? según el Juez Llamoja, padre y ahora viudo: “...llevaba una vida familiar normal y con problemas como todos...” Un amigo de Giuliana –entrevistado por un medio de comunicación- dijo que ella se creía “lo máximo” y era difícil llevarse bien con ella. Es obvio que, como muchas familias aparentemente felices, se esconde entre las sombras los signos inequívocos de la violencia.
Mientras veía bailar exageradamente a Giuliana en la TV. me preguntaba cuánta necesidad de atención habría en esta muchacha, cuánta necesidad de reconocimiento, cuánta necesidad de éxito...cuánta de amor.
Alguna vez Alfredo Bryce, nuestro laureado escritor dijo que escribía literatura para ser amado; igual, leo los versos de Giuliana que me dicen “...Dame un derrotero, una razón, / un campo de plumas / más allá de las lágrimas que azotan atrozmente el mediodía..” y me repito: cuánta necesidad de amor... sólo un alma dolida puede traer consigo tanta violencia.
La violencia familiar suele crear víctimas que tarde o temprano nos tirarán a la cara los errores cometidos y tal vez no nos dejarán dormir en paz nunca más.
Es posible que Giuliana sea producto de una vida familiar insana (patológica), cuya dinámica está representada en el clásico complejo de electra: la hija busca el amor y aceptación incondicional del padre y para ello rivaliza con su madre, en ese contexto, el padre menosprecia y desmoraliza a su esposa, dejando el espacio necesario para que emerja una hija habilidosa, pujante y exitosa....pero no aceptada por su madre, seguro muy enfurecida...una lástima.
Tal vez, el aparente éxito de Giuliana (con el apoyo de su padre) la llevó a trastocar los roles familiares, mamá seguramente era "...una pesada, una criticona...una fracasada...", por eso ella no dudó en que “tenía que librarse de sus tormentos”.
La desvalorización de los roles paternos es una grave fractura en el respeto (de los hijos) a las reglas de convivencia en el mundo. Un mundo con personas que no respetan las mínimas reglas de convivencia es un mundo caótico, un mundo peligroso y terrible.
La violencia familiar es producto de las desigualdades entre hombres y mujeres, es cierto, pero también lo es que estamos en una época donde las jóvenes afrontan retos cada vez más radicales, alejándose del paradigma de madre y seguramente acercándose a comportamientos más libres y contemporáneos. En el caso de la señora María del Carmen, madre de Giuliana ¿cuánto habrá deseado acercarla al rol tradicional de mujer y de madre? ¿Cuánto habrá criticado? ¿Cuánto habrá fracasado?
En esta época nuestra, los matricidios (variante femenina de los parricidios) no son casos aislados, hace pocos meses en el Perú fuimos testigos del caso de un individuo con problemas mentales que asesinó a su anciana madre, en España se han reportado muchos casos similares y en Estados Unidos los parricidios representan el 2% de todos los asesinatos siendo el 78% de estos asesinatos protagonizados por menores de 18 años.
En todo caso centrémonos en esta época, en que las contradicciones de la modernidad y la competencia crean las condiciones para respirar violencia en nuestras familias, ésta es siempre una bomba para el futuro cuyas esquirlas dejarán heridos a muchos.
Sería fácil decir NO HAGAMOS VIOLENCIA, tal vez sea más adecuado decir preservemos nuestros roles paternos, reforcemos nuestros valores, seamos consecuentes con lo que hacemos y predicamos, seamos más honestos, simple y llanamente amemos a los nuestros. (fotos cortesía La República)
Hans Gutiérrez