martes, marzo 28, 2006

De la corrupción, líbranos señor

Son las 7.30 de la mañana y es irreprimible acercarse a los puestos de periódicos para ver, al igual que los demás, las noticias en los titulares de los diarios limeños. Otra vez se habla del dictador Fujimori, otro escándalo de algún familiar del presidente Toledo -entre otras noticias- Los medios, siempre haciendo escarnio de la corrupción de nuestros gobernantes.

La corrupción y el escándalo cercano a su descubrimiento, resulta siempre un tema vendedor, obvio, pero de qué modo la conciencia de padecer un estado corrupto cala en el ánimo de los peruanos y en el ejercicio de su ciudadanía?

En Lima, Perú reunimos a un grupo de personas para hablar de la percepción de la corrupción en nuestro país, un tema harto conocido y recurrente de los medios de comunicación, un tema que parece enardecer a los peruanos, que genera murmuraciones y el clásico chismorreo limeño.

En el grupo hay jóvenes universitarios, abogados, gente de ONGs, militantes de redes sociales y hasta personas que trabajan en la administración pública, todos entusiasmados tratan inicialmente, de encontrar las razones de la corrupción en nuestro país y luego de esbozar algunas ideas pasan a describir las consecuencias de éstas en nuestra sociedad, todos disciplinadamente pulen sus definiciones y afinan sus conceptos. Ha concluido la primera parte del taller, es el descanso, y mientras beben una gaseosa surge espontáneamente el debate:¿en dónde está la corrupción en el Perú?

“La corrupción está en todos lados” afirma uno que dice trabajar en logística de una dependencia del estado, yo conocí a un administrador a quien los proveedores le decían Maradona, porque todos sabían que con él siempre era el 10 (por ciento de coima) todos asienten y coinciden en que no es sorprendente tal afirmación, que es común para cualquier persona que maneje recursos “ganarse alguito” o “recursearse” como últimamente decimos los peruanos. La corrupción es una práctica cotidiana entre nosotros afirma otro que dice haber pagado 20 soles a un policía para que éste no le requisara el “brevete” o permiso de conducir al ser descubierto ebrio y manejando su auto en una calle de sentido contrario.

La corrupción está también en la educación, señala una militante de redes sociales, seguramente en las más altas esferas, pero también en los profesores y auxiliares de los colegios nacionales “ellos (los alumnos) aprueban sus cursos en una buena borrachera con su profesor en una cantina cercana al colegio” mientras que otra comenta con acidez “los auxiliares de educación de un colegio cercano cobran “una china” (0.50 céntimos de sol) a cada alumno tardón para que ingrese al plantel sin problemas” ¿Y qué de aquellos directores de colegios que hacen cobros indebidos por concepto de matrículas o alquilando el campo deportivo?

“La corrupción es una forma de vida en el país”, dice una señorita que es parte de una ONG y además hija de un bodeguero, un pequeño comerciante. Ella recordó, justo en ese momento, una historia en la que su padre debió modificar el peso de su balanza para poder vender con menos peso cualquiera de sus productos y es que él -que no era mala persona, hay que aclarar- formaba parte de una cadena de transacciones engañosas y resignadamente aceptadas por todos los abarroteros de la zona, a sabiendas que con ello perjudicarían al público “haciéndoles pagar pato” como limeñisimamente decimos nosotros los que vivimos en la capital del Perú.

La conversación, que no era parte del taller, se fue enriqueciendo y ahora ya participaban casi todos los asistentes, cada uno contando la anécdota que corroboraba las opiniones que en materia de corrupción el grupo tenía. Así en esos 30 minutos se fueron dando con intensidad y atropelladamente, caso por caso, las historias más alucinantes de corrupción que todos intuían y que por fin comprobaban. Era una especie de convención de magos en donde todos revelaban el secreto de cada truco de magia. Un descubrimiento tras otro, una confesión tras otra. Nada escapaba a la condena, todas las instancias del estado, qué digo, todas aquellas personas que detentan algún modo de poder habían mostrado, en algún momento, a cada integrante de nuestro grupo una forma de corrupción y lo que es peor todos -de algún modo- validaron con su conformismo y hasta complicidad de lo que, en su momento, vieron.

Y es que todos finamente concluyeron con naturalidad “todo es así pues”. Y yo dije: “...la corrupción está en todos lados...no nos gusta, pero finalmente la aceptamos, aunque eso suene despreciable..” De algún extraño modo se ha ido acercando a nuestras transacciones más mínimas y las hemos ido validando y dándoles presencia, ahora forma parte de nuestras vidas.

Luego de hacer el recuento de las historias escuchadas hoy, me doy cuenta que casi todo está manchado, que casi nada se salva, como diría Gonzáles Prada “donde pones el dedo salta la pus”...¿Pero cómo hemos hecho para convivir con ella? ¿Cómo hemos aprendido a aceptar su obvia presencia?

Volvemos todos al taller, esta vez hablamos de la corrupción a gran escala, de los grandes empresarios que entorpecen al estado, de los gobernantes, que en algún momento compraron su candidatura para manejar el país, del narcotráfico, de su influencia en la criminalidad en las zonas andinas de esta región americana, de la política internacional. Se habló de la impunidad. Análisis profundos, sesudas conceptualizaciones, plataformas, grupos impulsores, actas, compromisos, nos vemos tal fecha, gracias. Abrazos, besitos, intercambio de e-mails y números de celulares. Chau.

De regreso a casa, en un taxi, seguía reflexionando acerca de esta nueva experiencia tratando de hacerla aterrizar y le pregunto al conductor sobre este tema y éste -como sólo lo hacen las personas con “mucha calle”- me respondió que efectivamente todo estaba corrupto pero que sólo la distinguíamos cuando se daba por descubierta y se convertía en escándalo “Dios perdona el pecado, pero no el escándalo” me re-afirmó.

Quedé mudo y en esos minutos silenciosos desfilaron en mi mente las imágenes de noticieros, titulares de prensa sensacionalista, políticos rojos de ira buscando culpables por el escándalo del momento, comentarios de condena en la sobremesa, en el trabajo o en el bus.

Si pues, atiné a responderle. “todos de algún modo somos cómplices de la corrupción y la aceptamos....qué robe pero que haga algo! decimos de los mandatarios”. Todos de algún modo avalamos al sistema que está enfermo pero sólo lo condenamos cuando lo que es obvio se visualiza nítidamente.

El taxista enciende la radio y luego de buscar inútilmente en el dial se sitúa en una emisora donde claramente escuchamos una opinión en una encuesta de calle: ¿Por quién votarás en estas elecciones? Yo voto por Humala pues “choche”, respondió una voz, es el cambio porque todo está mal, ¡hay que empezar de nuevo pe’!,

Siguieron otras opiniones, otros nombres, otras alternativas. Pero la razón que esgrimió el primero quedó retumbando en mis oídos. Todo está mal, hay que empezar de nuevo”. De pronto, todo lo reflexionado durante el día cobra sentido y vertiginosamente me encuentro una enseñanza: Todos percibimos directamente la presencia de la corrupción, los ciudadanos -especialmente la sentimos- en nuestras economías, en nuestra convivencia, en nuestras interacciones, No queremos verla, tal vez nuestra moral lo impide, porque al ser concientes de ella sentimos dolor, decepción, desánimo para ver el futuro, nos deprimimos.

Paradójicamente, cuando el escándalo hace notoria la corrupción a gran escala de nuestras más altas autoridades, duele comprobar que fuimos engañados por quien se decía probo -al menos más que nosotros- y reclamamos furiosos justicia porque lo que disgusta es comprobar el engaño, la desesperanza y más aún la impunidad. Tal vez ese sea el motivo para que muchos busquen cambios, especialmente radicales, quizás hasta irreflexivos. Es preferible evaluar, pensar y ubicarnos para decidir qué hacer. Es mejor construir.

El taxista llega a mi destino, le pago y luego de observarlo me devuelve el billete, “es falso choche” me dice. Miro el billete y me doy cuenta que también a mi me engañaron, quise maldecir y discutir pero me contuve, me di cuenta que fui ingenuo que me dejé engañar, que también es mi responsabilidad.
Hans Gutiérrez