Corría el año 2003 y gracias a la invitación de una buena amiga argentina (Gabriela Szaler) tuve la suerte de viajar a Italia. Había ido a Suiza para el matrimonio de Nicolás Troillet, quien me llevó a su casa en Lugano, para pasar unos días maravillosos conociendo su lindo y ordenado pais. Una suerte en realidad.
Estando en Italia, traté de conocer la mayor cantidad de ciudades del "maravilloso pais romántico", cuando llegué a Roma quise visitar de inmediato El Vaticano y de hecho fue lo primero que fui a ver. Corriendo presuroso llegué a el santo lugar..eran las 5 de la tarde y los guardias de ese lugar (disfrazados todos con ropa antigua) me hicieron saber que al día siguiente a las 10.30 de la mañana podríamos observarlo en la Plaza San Pedro.
Al día siguiente, presuroso tomé el bus que me llevaría a reencontrar a ese personaje tan valioso y carismático...Juan Pablo II y digo "reencontrar" porque tuve la suerte de haber visto anteriormente al Papa en Lima.
Estando en Italia, traté de conocer la mayor cantidad de ciudades del "maravilloso pais romántico", cuando llegué a Roma quise visitar de inmediato El Vaticano y de hecho fue lo primero que fui a ver. Corriendo presuroso llegué a el santo lugar..eran las 5 de la tarde y los guardias de ese lugar (disfrazados todos con ropa antigua) me hicieron saber que al día siguiente a las 10.30 de la mañana podríamos observarlo en la Plaza San Pedro.
Al día siguiente, presuroso tomé el bus que me llevaría a reencontrar a ese personaje tan valioso y carismático...Juan Pablo II y digo "reencontrar" porque tuve la suerte de haber visto anteriormente al Papa en Lima.
Eran los 80's y el "peregrino" habia visitado el Perú. Recuerdo que una noche, junto a miles de jóvenes, nos paramos frente al Nuncio Apostólico (donde sabíamos que pernoctaría) -ubicado en la avenida Salaverry- para cantarle y llamarle a "viva voz": ¡¡Juan Pabloooo!!!, ¡¡Papaaaaaa!!! . Al cabo de algunas horas, nuestra insistencia surtió efecto y observamos emocionados como se abría la puerta del pequeño balcón de esa bella casona para ver aparecer la figura inconfundible del Santo Padre.
Él levanto los brazos, del clasico modo que sólo él sabía hacerlo y estallamos el gritos de júbilo, entre lágrimas y envueltos en una euforia sin límites, nosotros contestábamos con aullidos sus casi inaudibles palabras, él decía algo y nosotros nuevamente gritábamos de alegría y agradecimiento. Nunca olvidaré ese momento, nunca.
Estando en Roma, aproximadamente 10 años después, impresionado por la preciosa Plaza San Pedro, ví como el Papa sentado sobre un estrado se dirigía a su feligrecía (unas 3,000 personas) con el cuerpo exhausto y el rostro apenas sostenido por el esfuerzo .
¡Lo ví, lo ví otra vez! Todos perfectamente sentados a la largo de la plaza en sillas ordenadas a modo de anillos permitía a los más audaces acercase a él para tomarle fotos. No había restricción para eso, sólo aquella que te dictaba la conciencia y el respeto. Le hice unas tomas con una vieja camarita (esas con rollo de película) y me detuve a verle, verle con tranquilidad, sin apremios ni desesperaciones. Estaba tan cerca a él...me sentí tan humano y le sentí tan extraordinario. Me dí cuenta que ese ser tan importante no era más que un cuerpo hecho de amor.
Sí, era un cuerpo que sólo irradiaba amor, a pesar de su vejez, a pesar de su rostro torcido (casi descansando) por la enfermedad seguía diciéndonos cosas hermosas y dándonos bendiciones. Entendí en ese momento el porqué aún seguía siendo Papa, a pesar que el mundo le pedía que dejara ese cargo, él estoicamente se aferraba, a lo que le quedaba de vida, para transmitir ese mensaje: dar amor. Fue tan claro que me conmoví. Lágrimas pugnaban por caer de mis ojos, mi vista se nublaba y mi garganta se hacía un nudo...Juan Pablo, Juan Pablo cómo te amamos.
Ha pasado un año más de su fallecimiento y la imagen del ahora Santo me sigue acompañando. Hoy justamente encontré este video (dura 7 minutos) veremos sonriendo...carcajeándose al Papa con un clown comiquísimo y éste hace una reflexión tan interesante: "el reía y se entristecía como un niño en cada sección de mi acto". Y es que emocionarse como los niños nos hace más humanos. Disfrútenlo.
Él levanto los brazos, del clasico modo que sólo él sabía hacerlo y estallamos el gritos de júbilo, entre lágrimas y envueltos en una euforia sin límites, nosotros contestábamos con aullidos sus casi inaudibles palabras, él decía algo y nosotros nuevamente gritábamos de alegría y agradecimiento. Nunca olvidaré ese momento, nunca.
Estando en Roma, aproximadamente 10 años después, impresionado por la preciosa Plaza San Pedro, ví como el Papa sentado sobre un estrado se dirigía a su feligrecía (unas 3,000 personas) con el cuerpo exhausto y el rostro apenas sostenido por el esfuerzo .
¡Lo ví, lo ví otra vez! Todos perfectamente sentados a la largo de la plaza en sillas ordenadas a modo de anillos permitía a los más audaces acercase a él para tomarle fotos. No había restricción para eso, sólo aquella que te dictaba la conciencia y el respeto. Le hice unas tomas con una vieja camarita (esas con rollo de película) y me detuve a verle, verle con tranquilidad, sin apremios ni desesperaciones. Estaba tan cerca a él...me sentí tan humano y le sentí tan extraordinario. Me dí cuenta que ese ser tan importante no era más que un cuerpo hecho de amor.
Sí, era un cuerpo que sólo irradiaba amor, a pesar de su vejez, a pesar de su rostro torcido (casi descansando) por la enfermedad seguía diciéndonos cosas hermosas y dándonos bendiciones. Entendí en ese momento el porqué aún seguía siendo Papa, a pesar que el mundo le pedía que dejara ese cargo, él estoicamente se aferraba, a lo que le quedaba de vida, para transmitir ese mensaje: dar amor. Fue tan claro que me conmoví. Lágrimas pugnaban por caer de mis ojos, mi vista se nublaba y mi garganta se hacía un nudo...Juan Pablo, Juan Pablo cómo te amamos.
Ha pasado un año más de su fallecimiento y la imagen del ahora Santo me sigue acompañando. Hoy justamente encontré este video (dura 7 minutos) veremos sonriendo...carcajeándose al Papa con un clown comiquísimo y éste hace una reflexión tan interesante: "el reía y se entristecía como un niño en cada sección de mi acto". Y es que emocionarse como los niños nos hace más humanos. Disfrútenlo.
Un abrazo
Hans Gutiérrez
Corresponsal Urbano
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