miércoles, mayo 17, 2006

Viaje al centro de Lima (4)

La zona rosa

He visitado innumerables veces el Centro de Lima...todas sus zonas, sin embargo debo precisar que nunca pensé que, el Jirón Quilca -lugar que regularmente visito con mis hijos para comprar alguna revista o libro viejo- se hubiese convertido en un lupanar.

Ha sido todo un descubrimiento. Conocía este lugar, pero esta vez quería verlo por la noche, con ojos de seguridad ciudadana. Me lo impuse desde hacía sólo unas días, a propósito de una idea de Miguel Blascovich, quien “medio en broma” me propuso este lugar para redactar uno más de mis “Viajes al centro de Lima”.

Mi compañero en esta peligrosa aventura falló, no lo culpo. Ahora yo debía afrontar sólo esta travesía. Entonces, armado de valor esperé hasta las diez de la noche para llegar al cruce de la avenida Garcilaso de la Vega (la Colmena) y el Jirón Quilca. Por precaución dejé mi mochila, celulares y billetera en la oficina –tenía miedo de ser víctima de algún robo- y me enfundé en una casaca grande y oscura para guarecerme del frío y las miradas curiosas. Otra vez traté de ser invisible.

El lugar oscuro, muy oscuro, dí unos pasos (cuadra 1 de Quilca) y frente a mi, en la Plaza Elguera el primer escollo: un grupazo de jóvenes punks, encuerados en negro y con unos peinados rarísimos se sitúan entre el grass y una tienda abandonada. Gesticulan, beben licor...también hay humo, discuten, me miran. Se ven amenazantes con sus púas, calaveras y zapatos punteagudos. Yo: gordito, pequeñito y tímido. Viro y apuro el paso.

No camino ni 50 metros y un tipo me grita “¡empezó el chow...ya empezó el chow!”. Curioso, me detengo. Me dicen: “dos lucas, dos lucas” (2 nuevos soles), pago. Ingreso a este lugar llamado Paraíso azul, bajo por una escalera y veo entre penumbras una barra llena de muchachas con ropa muy sensual, miro a la izquierda y me llama la atención un par de tubos cromados que vienen desde el techo y se clavan en medio de un escenario forrado con tapizón. Al medio una señorita baila acrobáticamente una balada de Gianmarco. Las luces teatrales realzan el espectáculo.

Me impresiona la agilidad de “Tania”, da volatines, se pone en cuclillas, salta y con las piernas se sostiene de la parte alta de uno de los tubos cromados, aterriza dando vueltas, mientras se desabrocha el brassiere.

Alrededor de este escenario hay sillas y algunas mesas para los parroquianos. Yo estoy en primera fila, un par de asientos más allá distingo a un anciano, tendrá entre 70 y 80 años, mira fijamente a la bailarina, ésta se atreve a bajar de su plataforma y –ahora más osada- se desabrocha la tanga. Así, con medio hemisferio al aire se acerca al viejito que parece rejuvenecer ante la ilusión que le da esta oportunidad. Tania pone una mano sobre su hombro y se agacha despacito entre sus piernas, el viejito no tolera más y su mano –que es más fuerte que su dignidad- busca palpar terreno prohibido, chau abuelo.

Ella sigue en la danza y hace lo mismo con otro cliente más...un super-nerd que destaca por sus gruesos lentes de carey y su regordeta cara de hijo único solterón. Esta vez Tania se atreve a más: bailando, se sienta sobre nuestro Nerd y él como si repentinamente le hubiese recibido una descarga eléctrica, trata de aprovechar sus 5 segundos de gloria con un movimiento instintivo y procaz. Termina la canción y ella se retira por una puerta lateral, desde una mesa trasera muchachos cerveceros le gritan eufóricos piropos vulgares. En suma un espectáculo alucinante.

Durante una hora vi bailar por lo menos a una docena de chicas, unas más agraciadas que otras. Terminada la ronda se sientan en la barra, esperando ser abordadas por algún cliente.

Salgo de este antro y sigo caminando, voy a la Plaza San Martín. He perdido algo de miedo, durante el camino he pasado por una calle llena de vendedores ambulantes, malabaristas callejeros, alcohólicos y trasnochadores. Hacen fritangas en este lugar. Se mezclan -entre locos y mendigos- los clásicos oradores de este boulevard. Los dejo, no me detengo, ahora quiero llegar al Jirón Cailloma.

Circundo la Plaza San Martín, “pirañitas” y “pirañones” conversan, maquinan o qué se yo en grupos. Visten harapos, algunos no tienen ni zapatos, se abrigan con frazadas…¡Mamá por qué me metí en esta vaina!, los esquivo con cara de malo, camino fieramente y parece que me dejan pasar. Sí, ser “maloso” da sus resultados.

Observo el Jirón Ocoña y no hay nadie. Durante el día es un hervidero de cambistas de dólares ahora es un lugar fantasmal: “sí me asaltan aquí estoy frito” digo para mis adentros. Camino valientemente una cuadra, a lo lejos veo un grupo de varones pegados a una pared…¿voy o no voy? camino unos pasos, estoy frente al Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social pero igual siento pavor. No, es muy peligroso, me dirijo otra vez a La Colmena.

Camino 100 metros y ahora estoy en la cuadra 6 del Jirón Cailloma Allí hay una camioneta de Serenazgo. Un policía afuera dos serenos dentro. La circulina celeste ilumina chillonamente la calle. Me presento y el Suboficial me indica que no continúe, que es muy peligroso “vé usted a esos jóvenes?” me señala el lugar, “tras ellos hay un callejón, el que pasa por allí es llevado en vilo a su interior” trago saliva. Me salvé de milagro. Él me indica que todas estas calles están plagadas de prostitutas, ladrones y en algunas partes drogas. Me indica que hay 04 unidades móviles vigilando y que en cualquier momento se irá para cubrir una emergencia “mientras estoy aquí los del callejón no salen y se quedan en la puerta”

La gente circula mucho, especialmente varones y las pocas mujeres que hay van en pareja para protegerse. Son muy jóvenes, una de ellas me dice para irme con ella y yo le pregunto ¿cuánto?
Ella me responde: “15 soles y 5 para el hotel”. ¡¡Asuuu 20 soles todo!!. 5 soles el hotel (1 dólar y medio) ¡Un hotel de 1 dólar y medio!…¿se imaginan?

Sigo caminando y otros gritones me dicen: “…chow doble…chow doble!...” , ¿cuánto es? digo y responden: “..una luca, tío..”. Pago, entro y la experiencia es similar a la primera sólo que esta vez el panorama es atroz. Bombillos rojos iluminan este antro, veo bailar en el ¿escenario? a “Deborah”, una rolliza muchacha que se menea paquidérmicamente con un tema de Luís Miguel.

Obviamente no ha ensayado nunca y cuando se acerca a los muchachos ubicados en las sillas es protagonista de un doloroso cuadro de morbo en medio de muchas manos ansiosas que se le acercan para tocarla: ella huye... su alma huye, pero su cuerpo se queda. Termina la canción y se va por un pasadizo, recoge su ropa interior del suelo, me imagino que avergonzada y sudando frío. Me dá vergüenza ajena.

Al rato llega “Antuanet”. Me observaba desde hacía rato y trepadoramente me pregunta si puede sentarse a mi lado. Ella es “rubia” y usa un escote que apenas la cubre, me doy cuenta que ese pecho sólo puede ser el de una madre y le digo: “¿trabajas para mantener a tu hijo...no es verdad?
Sonríe: “Tengo un hijo, de un año de nacido, pero no, no lo hago por él. Dejé este trabajo hace dos años y he regresado para juntar dinero pues debo pagar una deuda”
...¿Y cuánto ganas por día?, le pregunto.
“Yo hago 100…máximo 120 soles (30 ó 40 dólares) por noche. A veces estamos hasta las 6 de la mañana, depende de la cantidad de gente”.
Invítame un trago pe’. Nos vamos a un apartado y tomas conmigo…si quieres sexo debes pagar 50 soles y nos vamos a una habitación en el segundo piso…¿qué tal? ¿vamos?

Le digo que no. Sonrío para no parecer muy “choteador”. No siento el menor interés por ella, no siento nada, tampoco pena. Ella se pone de pie y me dice que si me animo le avise…que no me vaya.

Miro a otros lados y veo a un tipo apretando a una chica contra la pared, a la rolliza Deborah bailando sóla. A otra secuestrando un par de tahúres con dos cervezas. Afuera se escucha la misma letanía “..chow doble, chow doble, chow dobleee...”

Salgo otra vez a la calle covachas similares hay por todos lados, las prostis siguen dando vueltas, un par de rubias están sentadas en la vereda...ebrias y cansadas, en otra esquina un “choro” clava en la pared a un descuidado para vaciarle los bolsillos. Estas personas esperan la sordidez de la noche para convertirse en fieras. Se deshumanizan, hombres y mujeres se pierden para encontrar lo peor de sí mismos.

Roban, mienten, se venden, violentan, buscan dinero fácil.

Hay serenos uniformados de azul, dan vueltas, también hacen rondas, hablan por radios..coordinan, no descansan. Las meretrices pasan por su lado, los ladrones y clientes igual. Los gritones siguen promocionando sus “chows” pero a pesar de tanto esfuerzo, de tanta guardia, de tanta dedicación la seguridad no se ha logrado allí, el miedo continúa -ya no es la calle- el miedo es a cada ser humano.

Hans Gutiérrez

lunes, mayo 01, 2006

Viaje al Centro de Lima (2)


El microbús me dejó frente al Congreso, éste recinto está vigilado por policias que dan cierta sensación de seguridad, pero ésta dura poco, a medida que voy avanzando hacia la Calle Capón veo un Mercado Central añejo y todavía dinámico, familias enteras caminan con temor agarrando fuerte las bolsas con las compras recién hechas. Los vendedores están caminando por todos lados ofreciendo calzoncillos, ropa para niños, veneno para ratas, juguetes, pelotas, ufff! hay de todo y sobre todo barato.


Me sorprende que aún continúe en el ambiente ese terrible olor, no sé si del frigorífico o de basura dejada por los vendedores de pollo y pescado en el sótano del mercado. Pasan carretitas ofreciendo chicha y gaseosas heladas, "..a sol, a sol..." dicen con una voz de locutor antiguo. Veo a un viejito arrodillado gritando a viva voz aleluyas hacia Dios "...que el fin del mundo está cerca, que yo rezo por ustedes..." le caen algunas monedas en una vasijita de plástico. Aquí la gente se gana la vida como puede.
Veo grupitos de 3 ó 4 adolescentes que caminan con mirada rapaz, me escanean, siguen de largo. Yo automáticamente guardo mi billetera tras la correa (bajo el pantalón), oculto mi celular, ahora está seguro. Palpo mis lentes. Todo en orden, continúo. Aparecen ante mi las tiendas de insumos de comida china (patos y pollos ahumados cuelgan en sus vitrinas) Aparecen los chifas, destaca el "San Joy Lao". No hay policías, tampoco serenos. Hay "guachimanes" pero a diferencia de los clásicos hombrecitos con vara en mano y uniforme marrón, hay ante mis ojos tipos con cicatrices y andar avezado, parecen los dueños de la calle, tienen su vara también, pero no de goma es un pedazo de palo de escoba. No sé si siento alegría por la seguridad o tengo más miedo.
El comercio es bárbaro aquí, no hay lujo, hay de todo y a precio de mayorista, es decir más barato. Las pistas está sucias, las veredas también. A pesar del barullo miro los segundos pisos y descubro hermosas cornisas de yeso, paredes desconchadas de quincha, pañales, y calzones colgados al sol, entre palos, cuerdas y fierros. Todo descuidado, lleno de un polvillo negro.
A ratos veo hombres malencarados, que disimulados miran a sus presas. Ágiles mueven el torso, sus ojos buscan el tesoro escondido en cada señora gorda o en algún descuidado. Me alejo, voy por otro lado. Se aglomera la gente, me alejo temeroso otra vez (sé que allí se aprovechan los choros) camino buscando la galería donde por fin compraré el regalo de mi hijo Nicolás. Llegué.
Es una galería nueva, no moderna. Sólo nueva. Otra vez la gente que se aglomera. Huyo y observo con mi "mirada panorámica" para no hacer notar mucho mi interés por la mercadería. Por fin encuentro algo lindo, pregunto el precio, regateo y compro. estoy contento, pero hay un problema: tengo un paquete grande, soy obvio. Dejé de ser anónimo.
Emprendo el camino de regreso. No sé que hacer con mi paquetón. Le hice poner una bolsa negra para disimular pero es imposible. Hay miradas furtivas, los vagos de las esquinas ven con interés mi paquete. Acelero el paso, voy en zig zag, rápido para llegar otra vez a Abancay. Esquivo a ambulantes en sentido contrario, también a viejitos, me tropiezo con señoras entretenidas frente a los escaparates. Voy por la pista, la pista también está llena. Un ambulante arroja agua sucia, casi me cae. Me choco contra el techito de un puesto ambulante, carajo...qué descuidados son! y me sobo la frente, sigo, y sigo.
Llego por fin a la Av. Abancay. No es un alivio, es sólo el lugar en donde tomare mi "combi" de regreso. Encuentro que toda la avenida esta repleta de omnibuses en colas interminables, avanzan con una lentitud exasperante. La gente tiene una mirada extraña, no miran a los demás -al menos no parecen hacerlo- sólo miran hacia sí mismos.
Descubro que nadie quiere mirar por que tampoco desean ser mirados. Oscilan entre la indiferencia y la hostilidad. Yo busco mi combi, esporádicamente llega una pero que va por otra ruta. La lentitud de los microbuses y el miedo a ser robado me obliga a moverme. No puedo estar en un solo lugar, camino lentamente buscando sentirme seguro, pero parece que esa palabra no existe. Veo a delincuentes que suben a un micro, avanzan unos metros y bajan. Me encuentro cara a cara con ellos. Me asusto, no miro, paso de frente trato de ser ..un invisible más.
Ya he caminado cerca de 4 cuadras buscando mi combi salvadora y no llega. Un niño me pide unas monedas, no se las doy…es demasiado peligroso. Ya estoy casi en el Parque Universitario, cuna de trejos ambulantes y choros ebrios. Ya no puedo más. Subo desesperado a un taxi.Estoy ileso, no me robaron, pero que miedo se siente ¿no?.
Continuará...

Hans Gutiérrez